LA CONQUISTA Y EMANCIPACIÓN

 Primera fase: Captura de Atahualpa (1532)

Óleo de Juan B. Lepiani que representa la Captura de Atahualpa en Cajamarca.

El 16 de noviembre de 1532, el triunfador de la guerra de sucesión incaica, Atahualpa, se encontró con los españoles en la plaza de Cajamarca. Pizarro le había invitado para entrevistarse con él, pero ello no era sino una argucia para tenderle una emboscada.​ Atahualpa todavía no se había coronado como Inca, hallándose precisamente en camino al Cuzco, donde planeaba ceñirse la mascapaicha o borla imperial. Previamente, había ordenado la matanza de los nobles u orejones cuzqueños afines a Huáscar, tarea que cumplieron sus generales quiteños Rumiñahui, Challcuchimac y Quisquis.

Los españoles, con ayuda de los grupos étnicos opuestos a la dominación cuzqueña o simplemente opuestos a que Atahualpa fuera el gobernante en lugar de Huáscar, se apostaron de manera estratégica por toda la plaza de Cajamarca. Así, entró Atahualpa, llevado en andas, seguido por el curaca de Chincha, también en andas debido a su importante condición como aliado del imperio, con su enorme séquito y algunos guerreros, mientras que el grueso del ejército se quedó en las afueras de la ciudad. El sacerdote dominico Vicente de Valverde fue el portavoz de los españoles, que demandaron al Inca que se sometiera a la voluntad del Rey de España y se convirtiera al cristianismo, siguiendo la fórmula del Requerimiento. El diálogo que siguió ha sido narrado de forma diferente por los testigos. Según algunos cronistas, la reacción del Inca fue de sorpresa, curiosidad, indignación y desdén. Atahualpa exigió más precisiones, por lo que recibió de manos de Valverde un breviario, al que revisó minuciosamente. Al no encontrarle significado alguno, el Inca lo tiró al suelo. A una señal, los españoles atacaron al Inca y a su séquito, matando a centenares de indígenas.​ Tras esta matanza de Cajamarca, Atahualpa fue puesto en prisión, donde ofreció llenar una sala con objetos de oro y dos con objetos de plata, a cambio de su libertad, lo que los españoles, codiciosos, aceptaron.​

En 1533, los españoles, desconociendo la promesa de libertad que habían hecho a Atahualpa, lo sometieron a juicio, acusándolo de idolatría, poligamia, incesto, de haber asesinado a su hermano Huáscar y de tramar la muerte de los españoles. De la manera más arbitraria, el Inca fue condenado a la pena de estrangulamiento, que se cumplió en la noche del 26 de julio de 1533, en la plaza de Cajamarca,​ hecho que constituyó un detestable crimen que la misma corona española habría de condenar.

Segunda fase: captura del Cuzco (1533)

El saqueo de Coricancha (Templo del Sol del Cuzco), por parte de los conquistadores españoles. Cuadro del pintor peruano Teófilo Castillo.

Los españoles y sus aliados indígenas recorrieron el imperio hacia el sur, utilizando los magníficos caminos incaicos, siendo recibidos entusiastamente por los huancas en la ciudad de Jatun Xauxa (Jauja). Tras enfrentarse con éxito a las tropas atahualpistas, arribaron al Cuzco el 14 de noviembre de 1533, ciudad a la que sometieron al pillaje.​ Luego impusieron a Manco Inca (hijo de Huayna Cápac y uno de los pocos sobrevivientes de la matanza perpetrada por los atahualpistas) como nuevo gobernante de un imperio ya desmembrado.​ Esta inicial alianza de Manco Inca y otros nobles cuzqueños con los españoles, se entiende debido a que, probablemente, creyeron que estos eran un grupo étnico más llegado desde tierras lejanas y que a la larga los podrían someter cuando ya no los necesitaran. Esta élite no tenía forma de saber que a la larga el juego de favores con estos primeros invasores se les escaparía de las manos con la llegada de más españoles, por la desconfianza que se originaría entre ellos y de su falta de unión frente a una fuerza extranjera.

Tercera fase: rebelión de Manco Inca (1536-1538)

El Gran Mural de la Historia del Cusco, en esta sección del mural se gráfica la conquista española y la caída del Tahuantinsuyo.

Efectivamente, Manco Inca no tardó en enfrentarse a los españoles al darse cuenta de la verdadera entraña de estos invasores, muy ávidos de metales preciosos e inclinados a cometer villanías y a faltar la palabra empeñada. Así, en 1536 puso sitio al Cuzco, cercando a un grupo de españoles y sus aliados indígenas, y a la vez envió parte de su ejército, al mando de Titu Yupanqui, a sitiar la recientemente fundada población española de Lima, además de enviar una expedición "de castigo" contra los huancas por su "traición" al imperio. Tras meses de asedio, los españoles y sus aliados rompieron el cerco del Cuzco y tras tomar la fortaleza o templo de Saqsayhuamán recuperaron el control de la ciudad. Los ejércitos del inca que atacaban Lima, también se desbandaron (1538).​

De todos modos, la rebelión de Manco Inca constituyó una verdadera guerra de reconquista incaica, en la que perecieron unos dos mil españoles y muchos miles de indígenas de uno y otro bando, lo que prueba fehacientemente que la conquista española no había finalizado en Cajamarca en 1532. Hasta mediados del siglo XX, era tópico común sostener que los españoles, pese a su inferioridad numérica, habían triunfado gracias a su superioridad técnica, al uso de las armas de hierro y de los caballos o por el auxilio divino, pero este mito fue desmontado por el historiador peruano Juan José Vega,​ quien resaltó el importante papel cumplido por las etnias dominadas por los incas, como los huancas, los chachapoyas, los cañaris, quienes apoyaron en masa a los conquistadores españoles, siendo en realidad los verdaderos artífices de la victoria española.

Incas de Vilcabamba (1538-1572)

Túpac Amaru I, el último de los incas de Vilcabamba, ejecutado en la Plaza de Armas del Cuzco el 24 de septiembre de 1572.

Al perder su autoridad y su imperio, Manco Inca se retiró a su reducto de Vilcabamba, en las selvas al norte del Cuzco. Allí, él y sus descendientes, conocidos como los incas de Vilcabamba, resistieron hasta 1572, año en que el último de ellos, Túpac Amaru I, fue finalmente capturado y trasladado al Cuzco, donde fue ejecutado.​

Catástrofe demográfica

Sin embargo, el acontecimiento más importante de estos años es la dramática disminución de la población que se registró en los Andes Centrales. Durante los años de la Conquista y los primeros del régimen colonial, grandes epidemias (enfermedades traídas por los europeos para los que los andinos no tenían defensas naturales) asolaron la población de los Andes. Se cree que el mismo Huayna Cápac (y su primer heredero nombrado, Ninan Cuyuchi, cuya imprevista muerte habría desatado la guerra civil incaica) murieron de viruela. De hecho, los cronistas de la conquista (Cieza de León, por ejemplo, en su recorrido por la costa peruana) registran testimonios de un masivo despoblamiento de los territorios andinos. Algunos cálculos​ sugieren que la población andina habría sido de 9 millones antes de la invasión europea y que 100 años después solo era de 600 mil habitantes. A ello habría contribuido también una baja en la tasa de natalidad, producto de los profundos cambios sociales que caracterizaron la etapa siguiente.

Virreinato (1542-1824)

Máxima extensión del Virreinato del Perú a mediados del siglo XVI (verde claro) y su extensión final a inicios del siglo XIX (verde oscuro).

En 1542, la Corona Española creó el Virreinato del Perú, que se reorganizó después de la llegada del virrey Francisco de Toledo en 1572. Él puso fin al Estado indígena neo-inca en Vilcabamba y ejecutó a Túpac Amaru I. También buscó el desarrollo económico, a través del monopolio comercial y la extracción de minerales, principalmente de las minas de plata de Potosí. Reutilizó el sistema inca de la mita, un programa de trabajo forzado, para movilizar a las comunidades nativas para el trabajo de minería. Esta organización transformó al Perú en la principal fuente de riqueza y poder de España en América del Sur.

La ciudad de Lima fue fundada por Francisco Pizarro, el 18 de enero de 1535 como la Ciudad de Reyes (en honor a los reyes magos). Se convirtió en la capital del nuevo virreinato, con jurisdicción sobre la mayor parte de la América española. Los metales preciosos pasaron por Lima en su camino hacia el Istmo de Panamá y de allí a Sevilla, o de México a Filipinas pasando por Acapulco. En el siglo XVIII, Lima se había convertido en una capital colonial distinguida y aristocrática, sede de una universidad y el principal bastión español en América.

Las guerras civiles entre los conquistadores

Ilustración del siglo xviii que representa la decapitación de Gonzalo Pizarro, jefe de la rebelión de los encomenderos de 1544.

Por las Capitulaciones de Toledo, que Pizarro había firmado con la corona española en 1529 se establecía que este podía gobernar en nombre del Rey todas las tierras al sur (hasta 250 leguas) de Tumbes. Posteriormente, el otro líder conquistador, Diego de Almagro, obtendría el mismo estatus en los territorios al sur de la gobernación de Pizarro. Sin embargo, el límite estaba cerca del Cuzco, lo que hizo que uno y otro bando reclamaran la posesión de la capital del Imperio incaico. Ello fue el inicio en 1538 de una larga etapa de luchas intestinas entre los conquistadores, donde no solo se disputaron territorios sino derechos (encomiendas) y privilegios, a veces solo entre ellos, a veces contra la corona.

Se dividen estas guerras civiles entre los conquistadores en cuatro grandes bloques:

  • La guerra entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro el Viejo (1537-1538), que culminó con la victoria pizarrista en la batalla de las Salinas.
  • La guerra entre Diego de Almagro el Mozo y Cristóbal Vaca de Castro (1541-1542), que culminó con el triunfo de los pizarristas y partidarios del Rey unidos contra los almagristas, en la Batalla de Chupas.
  • Las guerras de Gonzalo Pizarro (1544-1548), que se alzó contra la corona española encabezando a los encomenderos, siendo finalmente derrotado. Conocida también como la Gran Rebelión, se subdivide en tres guerras:
    • La guerra de Quito (contra el Virrey Blasco Núñez Vela).
    • La guerra de Huarina (contra Diego Centeno).
    • La guerra de Jaquijahuana (contra Pedro de la Gasca).
  • La guerra de Francisco Hernández Girón (1553-1554), otro líder de encomenderos que finalmente fue derrotado en la batalla de Pucará.

Las dos primeras fases se pueden resumir como una disputa entre los bandos de almagristas y pizarristas, estos últimos alineados finalmente en torno al representante de la Corona, el visitador Vaca de Castro. Mientras que las dos fases siguientes se definen claramente como la rebelión de los encomenderos en contra de la Corona española, motivada por algunas leyes u ordenanzas que iban contra sus intereses: en el caso de la rebelión de Gonzalo Pizarro, por la supresión de las encomiendas hereditarias, y en el caso de la de Francisco Hernández Girón, por la supresión del trabajo personal de los indios, entre otras razones.

La Corona española finalmente impuso su autoridad, estableciendo que el Perú sería un Virreinato del imperio español. Así se estableció una corte en Lima, la ciudad fundada por Pizarro en la costa central del Perú, donde una serie de 40 virreyes gobernaron ininterrumpidamente buena parte de Sudamérica entre 1544 y 1824. A partir del último tercio del siglo xviii se fueron creando nuevos virreinatos con territorios escindidos del virreinato peruano (Virreinato de Nueva Granada y Virreinato del Río de la Plata).

El orden virreinal

Francisco Álvarez de Toledo, Virrey del Perú, fue el gran ordenador y organizador del virreinato.
Vista de la Catedral de Lima.

La sociedad virreinal era conservadora y clasista. Los hijos de españoles nacidos en América (los criollos) tenían en un principio menor estatus que los propios españoles, y estaban impedidos de acceder a los más altos cargos. Debajo de ellos, en la escala social, estaban los indígenas y los mestizos. Solo los curacas andinos conservaron parte de sus antiguos privilegios y merecieron instituciones especiales como escuelas para hijos de nobles. Se importaron esclavos de África ecuatorial y fueron colocados en el último escalón de la sociedad.

Algunas instituciones incas fueron mantenidas pero corrompidas en perjuicio de la población andina. La mita, por ejemplo, se usó de excusa para el reclutamiento sin retribución de personal para el trabajo en las minas y las haciendas. Pero no fueron los únicos problemas de los andinos: Durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo (1569-1581) se hizo reorganizaciones forzosas de las comunidades andinas en pueblos llamados reducciones de indios. Además la religión católica fue impuesta a la población andina en medio de una agresiva evangelización caracterizada por la destrucción sistemática de santuarios y símbolos religiosos (Extirpación de idolatrías).

El mercantilismo imperaba y el libre comercio no fue permitido sino hasta mediados del siglo XVIII, lo que no impidió la existencia del contrabando de manera abundante. El centro comercial por excelencia era la aduana del Callao, puerto de Lima, desde donde se enviaba a España (vía Panamá) y a Filipinas (vía Acapulco, México)​

Desde los tiempos de los conquistadores se fundaron nuevas ciudades, algunas de las cuales alcanzaron un gran esplendor registrado en la riqueza de sus templos, como Arequipa, Huamanga (Ayacucho), Huancavelica, Trujillo, Zaña y las refundadas ciudades incas de Cuzco y Cajamarca. Una ciudad en Filipinas, Zamboanga, fue establecida por soldados y colonos Peruanos gracias a los esfuerzos del ex gobernador de Panamá, Sebastián Hurtado de Corcuera.​

Reformismo borbónico

En el siglo XVIII, se liberalizó parcialmente la economía. Al abrirse todos los puertos sudamericanos al libre comercio, Lima perdió parte de su poder económico y sus clases dirigentes entraron en franca decadencia.

Independencia

Rebeliones indígenas del siglo xviii

El cacique José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru II, que dirigió la gran revolución indígena de 1780.

Como en tiempos de los incas, hubo diferentes insurrecciones contra el poder establecido. Las grandes insurrecciones de Juan Santos Atahualpa en la selva central (1742-1756) y la del cacique José Gabriel Condorcanqui o Túpac Amaru II en 1780 en la ciudad de Cusco y la continuación de esta por Túpac Katari en el Alto Perú (Puno) desestabilizaron el orden colonial y determinaron severas represiones de parte de las autoridades. Es entonces cuando el virreinato empieza a militarizarse y los virreyes se preparan para afrontar los tiempos difíciles de la independencia.

Cortes de Cádiz (1812)

En 1808, Napoleón invadió la Península ibérica y tomó como rehenes al rey, Fernando VII de España. En 1810 tras la invasión y usurpación del trono de España por parte de Napoleón Bonaparte, las colonias americanas establecieron juntas de gobierno, leales a la monarquía, que a la larga no fueron sino el primer paso a la independencia, debido al cambio político al régimen liberal en España.

Más tarde, en 1812, las Cortes de Cádiz, la asamblea legislativa nacional de España, promulgaron la Constitución española de 1812.

Rebeliones criollas del siglo xix

En el Perú, el virrey José Fernando de Abascal deshizo uno por uno los intentos independentistas que iban surgiendo en el territorio de su virreinato:

  • La primera revuelta de Tacna (1811) encabezada por Francisco Antonio de Zela.
  • La rebelión de Huánuco (1812), en alianza con criollos y mestizos, entre los que se hallaba Juan José Crespo y Castillo.
  • La segunda revuelta de Tacna (1813) encabezada por Enrique Paillardelli y Julián Peñaranda.
  • La rebelión del Cuzco (1814) encabezaron los Hermanos Angulo y el brigadier Mateo Pumacahua, entre otros, que fue vasto movimiento independentista que sacudió todo el sur del virreinato peruano.

Abascal también frenó las tres expediciones enviadas por la Junta de Gobierno de Buenos Aires a través del Alto Perú. Pero hizo mucho más, pues desde Lima dirigió con éxito la contrarrevolución sobre los movimientos juntistas surgidos en Chile y Quito. El Virreinato del Perú se convirtió así en el bastión del poderío español en Sudamérica y fue necesario que confluyeran allí las dos corrientes libertadoras surgidas en los extremos del continente, la del Norte (encabezada por el venezolano Bolívar) y la del Sur (encabezada por el rioplatense José de San Martín).

Etapa final de la guerra de independencia (1821-1824)

José de San Martín, militar y político rioplatense, libertador de Argentina, Chile y Perú.

Tras el fracaso de las rebeliones de provincias y de las conspiraciones de los patriotas en Lima, en 1820 el escenario se tornó favorable a la independencia. Se produjo el desembarco en Paracas del general rioplatense José de San Martín al mando de las tropas de la Expedición Libertadora del Perú enviada desde Chile por el director supremo Bernardo O'Higgins luego de haber consolidado la Independencia de aquel país. El desembarco se inició el 8 de septiembre de 1820 y continuó los días siguientes.​ San Martín instaló su cuartel en Pisco y recibió el apoyo de la población. Enseguida, envió una expedición hacia el interior del país al mando del general Álvarez de Arenales, quien pasó por Ica y Huamanga (ciudades que juraron sus respectivas independencias) y llegó hasta la sierra central, donde derrotó a una división realista en Cerro de Pasco, el 6 de diciembre de 1820.​

Tras permanecer en Pisco casi dos meses, San Martín ordenó el reembarque del Ejército Libertador, que se inició el 24 de octubre de 1820. Días antes, el 21, dio un decreto estableciendo la primera bandera del Perú y el primer escudo del Perú, que posteriormente serían modificados por Bolívar, aunque la bandera conservó sus colores originales: el rojo y el blanco.​

La expedición libertadora enrumbó hacia el norte, pasando frente al Callao, para finalmente desembarcar en el puerto de Huacho, a 170 km al norte de Lima. El ejército libertador avanzó hasta el poblado vecino de Huaura, donde estableció su cuartel general.​ Fue en Huaura donde por primera vez San Martín proclamó la independencia del Perú, en noviembre de 1820, desde un balcón que hasta hoy se conserva como joya histórica.​

Desde el momento del arribo de la Expedición Libertadora al Perú, sucedieron importantes hechos que favorecieron los planes sanmartinianos de la Independencia. Primero, la independencia de Guayaquil, el 9 de octubre de 1820.​ Luego, la captura de la fragata española Esmeralda y el paso del prestigioso batallón realista Numancia a las fuerzas patriotas,​ suceso este último que fue posible gracias a la labor incansable de los patriotas de Lima, entre ellos el célebre José de la Riva Agüero.

Otro suceso importantísimo, fue la Independencia de todo el Norte del Perú, obra de los patriotas locales, de manera pacífica. La primera ciudad norteña en jurar su independencia fue Lambayeque, el 27 de diciembre de 1820.​ Luego, la ciudad de Trujillo (capital de la Intendencia del mismo nombre), a instigación de su intendente, José Bernardo de Tagle, marqués de Torre Tagle, lo hizo el 29 de diciembre de 1820. Sucesivamente hicieron lo mismo Piura, Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas.​ El mismo San Martín reconoció posteriormente que si no hubiera sido por el apoyo masivo del norte peruano, se habría visto en la necesidad de volver a Chile para reorganizar sus fuerzas, ya que estas eran inferiores a las fuerzas virreinales. Queda así claro que el apoyo de los peruanos fue fundamental y decisivo para lograr la Independencia Hispanoamericana. Posteriormente se difundiría el llamado «Mito de la independencia concedida», según el cual la independencia peruana fue concedida por los ejércitos libertadores argentino-chileno y grancolombiano, teoría que de manera evidente desconoce el aporte valioso de la población peruana.​

El virrey Joaquín de la Pezuela entabló negociaciones con San Martín, las mismas que se realizaron en Miraflores, pero que culminaron en fracaso.​ Finalmente el general español José de la Serna, tras un pronunciamiento militar contra Pezuela (Motín de Aznapuquio), asumió el gobierno del Virreinato. ​ El nuevo virrey se entrevistó personalmente con San Martín en la hacienda Punchauca, pero igualmente no se llegó a ningún acuerdo. ​

Lima, la capital virreinal, se vio amenazada por el avance del ejército libertador y el acoso de las montoneras patriotas, estas mayormente conformadas por hombres andinos, y que, dicho sea de paso, constituyen otro ejemplo del aporte valioso de los peruanos a la Independencia.​ A comienzos de julio de 1821 se vivía en Lima una tremenda escasez de alimentos, debido precisamente al asedio de las montoneras, que cortaron las vías de comunicación con el exterior.​ Las tropas realistas no contaban con recursos y los patriotas ya habían conseguido importantes victorias al interior del país, en tanto la población entera reclamaba la presencia del Libertador.

Proclamación de la Independencia del Perú, por parte del general José de San Martín.

Ante la situación adversa, La Serna abandonó Lima y se dirigió hacia la sierra. San Martín ingresó a Lima en la noche del 12 de julio de 1821. El cabildo de Lima firmó entonces el Acta de Independencia del Perú el día 15 de julio, independencia que San Martín proclamó en una ceremonia pública el 28 de julio (fecha que desde entonces se celebra como Fiestas Patrias).​

Sin embargo, la proclamación de la independencia fue meramente un acto formal, ya que las fuerzas realistas continuaron dominando las regiones más extensas, más pobladas y más ricas del país: la sierra central y todo el sur peruano (incluyendo el Alto Perú), teniendo como nueva capital virreinal al Cuzco.​

Tras proclamar la independencia del Perú, San Martín asumió el mando político militar de los departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector, según el decreto del 3 de agosto de 1821. Su gobierno se llamó el Protectorado del Perú. Dio al Estado peruano su primera bandera y escudo, su himno nacional, su moneda, su administración primigenia y sus primeras instituciones públicas. Asimismo, creó la Biblioteca Nacional del Perú, dio libertad a los hijos de los esclavos negros y abolió el tributo indígena. Pero faltaba dar una Constitución Política y mientras tanto, impuso un Reglamento provisorio, reemplazado después por un Estatuto.​

Primer Escudo de la República peruana.

El 27 de diciembre de 1821, San Martín convocó por primera vez a la ciudadanía con el fin de que eligiera libremente un Congreso Constituyente, con la misión de establecer la forma de gobierno que en adelante regiría al Perú, así como una Constitución Política adecuada.​ En lo personal, San Martín era partidario de la Monarquía Constitucional, aunque la mayoría de los peruanos simpatizaban con la forma republicana de gobierno, al estilo de los Estados Unidos.

El problema mayor para San Martín, era, indudablemente, la guerra contra los realistas. Hay quienes le han reprochado el no emprender una ofensiva total sobre los realistas, como lo había hecho en Chile, pero el Libertador tenía sus razones. En primer término, era consciente de la inferioridad numérica de sus fuerzas, comparada con la de los virreinales. Estos dominaban el interior del país, desde Jauja hasta el Alto Perú, y sumaban un total de 23.000 soldados, la mayoría hombres andinos. San Martín solo contaba con 4.000 efectivos. Un importante triunfo para los patriotas fue la rendición de las fortalezas del Callao, el 19 de septiembre de 1821, cuyo jefe, el mariscal peruano José de la Mar, se sumó a la causa patriota.​ Mientras tanto, el virrey La Serna reorganizaba sus fuerzas en la sierra central y sur del Perú y en el Alto Perú, desde donde realizó incursiones sobre la costa, destruyendo un ejército independiente en la batalla de Ica o de La Macacona, el 7 de abril de 1822.​

De otro lado, desde el norte, el Libertador Bolívar avanzaba triunfante, ganando territorios para la Gran Colombia. Precisamente, un ejército combinado argentino-peruano y grancolombiano obtuvo el triunfo en la batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, que selló la independencia del territorio de la antigua Presidencia de Quito (actual Ecuador). Esta región, junto con la Provincia Libre de Guayaquil, pasó a formar parte de la Gran Colombia, a instancias de Bolívar.​

Producida así la confluencia de las dos grandes corrientes libertadoras de Sudamérica, San Martín viajó a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar. Durante esta entrevista, ambos discutieron a puerta cerrada importantes cuestiones sobre la empresa libertadora, pero sin llegar a ponerse de acuerdo. San Martín retornó al Perú, desilusionado y convencido de que debía retirarse para dar pase al Libertador del Norte.​

Primer Congreso Constituyente del Perú (1822).

El 20 de septiembre de 1822 se instaló el primer Congreso Constituyente del Perú, compuesta por 79 diputados (elegidos) y 38 suplentes (para los territorios ocupados por los realistas). Entre sus miembros se contaban los más destacados miembros del clero, el foro, las letras y las ciencias. Ante este Congreso, San Martín renunció al protectorado y se dispuso a abandonar el Perú. Como Presidente del Congreso fue elegido el diputado por Arequipa Francisco Xavier de Luna Pizarro​ Las Juntas Preparatorias las presidió el célebre precursor Toribio Rodríguez de Mendoza.​

Los legisladores empezaron por entregar el poder ejecutivo a un grupo de tres diputados, que conformaron un cuerpo colegiado denominado la Suprema Junta Gubernativa (presidida por el general José de La Mar e integrada por Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado). Esta Junta entró en funciones el día 21 de septiembre de 1822.​

El nuevo gobierno afrontó la guerra contra los realistas que aún dominaban la sierra central y sur del Perú, poniendo en práctica el plan esbozado por San Martín, llamado el de los “Puertos Intermedios”. Consistía este en atacar a los realistas desde los puertos del sur peruano, combinado con otro ataque desde la sierra central, junto con una eventual acometida desde territorio rioplatense, para cercar así al enemigo. Esta primera Campaña de Intermedios acabó en fracaso, al no ponerse en práctica el plan completo. Los patriotas sufrieron las derrotas de Torata y Moquegua (19 y 21 de enero de 1823).​

José de la Riva Agüero, primer Presidente de la República del Perú (1823).

El Congreso y la Junta de Gobierno quedaron tremendamente desacreditados ante la opinión pública. Ante el temor de una ofensiva española, los oficiales patriotas al mando de las tropas que guarnecían Lima, se movilizaron desde sus acantonamientos hasta la hacienda de Balconcillo, a media legua de la capital, desde donde exigieron la destitución de la Junta y la elección de un solo Jefe Supremo. Sugirieron incluso el nombre del oficial indicado para asumir el gobierno: el coronel de milicias José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete. El Congreso, acatando este pedido, disolvió la junta y nombró como Presidente a Riva Agüero (28 de febrero de 1823). Fue el primer golpe de Estado de la historia republicana peruana, conocido como el Motín de Balconcillo.​

El presidente José de la Riva Agüero (el primero en ostentar el título de Presidente del Perú y en usar la banda presidencial bicolor) organizó una Segunda Campaña de Intermedios. El ejército patriota arribó a Arequipa y se internó en el Alto Perú, llegando a La Paz el 8 de agosto de 1823. Pero tras la victoria de Zepita, los patriotas debieron emprender una retirada precipitada, hacia la costa.​ Ante este nuevo fracaso militar, el Congreso decidió llamar a Bolívar, para entregarle la conducción de la guerra contra los realistas.​

Mientras que Riva Agüero, tras ser destituido por el Congreso, marchó a Trujillo, donde en rebeldía instaló su gobierno, con su propio Senado. En Lima, el Congreso nombró en reemplazo de Riva Agüero al marqués de Torre Tagle, que se convirtió así en el segundo Presidente del Perú. De ese modo, dos gobiernos se disputaban el poder en el Perú, asomando la anarquía.​

Simón Bolívar, militar y político venezolano, quién dirigió la parte final de la independencia del Perú.

El 1 de septiembre de 1823 arribó al Callao el Libertador Bolívar. El día 10 de septiembre el Congreso de Lima le otorgó la suprema autoridad militar en toda la República. Seguía siendo Torre Tagle presidente, pero debía ponerse de acuerdo en todo con Bolívar. El único obstáculo para Bolívar era Riva Agüero, que instalado en Trujillo con un ejército de 3000 hombres, dominaba toda la región aledaña. Sin embargo, los mismos oficiales de Riva Agüero, apresaron a este y lo enviaron al destierro. Así se pudo finalmente unificar el mando del país en manos de Bolívar.​

El 5 de febrero de 1824, se produjo un motín en las fortalezas del Callao, de resultas del cual los realistas recuperaron este importante bastión. Ante tal delicada situación, el Congreso dio el 10 de febrero un memorable decreto entregando a Bolívar la plenitud de los poderes para que hiciera frente al peligro, anulando la autoridad de Torre Tagle. Se instaló así la Dictadura.

Óleo de la batalla de Ayacucho, una obra de Martín Tovar y Tovar.

Tras asumir así los poderes absolutos, Bolívar, con refuerzos llegados de la Gran Colombia, se instaló en Trujillo, donde, contando con los recursos que a manos llenas le otorgaron los lugareños, preparó la campaña final de la independencia del Perú y de Hispanoamérica.​ Mientras tanto, en las filas realistas cundió la división, lo que se hizo evidente con la sublevación del 22 de enero de 1824 del general Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú.​

Bolívar abrió finalmente campaña, siendo su primera gran victoria fue la batalla de Junín, librada el 6 de agosto de 1824, donde tuvieron una destacada y decisiva actuación los Húsares del Perú, conocidos desde entonces como los Húsares de Junín, escuadrón compuesto por aguerridos montoneros andinos.​ Más tarde, el lugarteniente de Bolívar, el general Sucre, obtuvo la victoria de Ayacucho, donde también destacó la Legión Peruana, que se constituyó en la base del ejército peruano (9 de diciembre de 1824). Esta victoria determinó el final de la guerra en el Perú, que se concretó con la firma de la capitulación de Ayacucho.​ El último resto de la resistencia realista sucumbió con la toma de las fortalezas del Callao en enero de 1826.

Inicio de la República y el primer militarismo (1824-1836)

Agustín Gamarra, presidente del Perú (1829-1833 y 1839-1841).

Finalizada la guerra de la Independencia, el gobierno del Perú continuó en manos de Simón Bolívar, quien delegó sus funciones ejecutivas en un Consejo de Gobierno, entre cuyos titulares se contaron Hipólito Unanue y Andrés de Santa Cruz.​ La ciudadanía peruana esperaba el final de la dictadura y la instalación de un gobierno auténticamente peruano, pero Bolívar deseaba establecer la Federación de los Andes, que reuniría a todos las naciones por él liberadas, bajo su mando vitalicio. La reunión de un Congreso anfictiónico en Panamá apuntó a tales deseos, que en la práctica resultaron inviables.

Si bien Bolívar retornó a Colombia en septiembre de 1826, dejó todo encaminado para imponer en el Perú la Constitución Vitalicia,​ tal como ya lo había hecho en Bolivia, república cuya creación fomentó, teniendo como base el territorio del Alto Perú. Pero los elementos nacionalistas y liberales peruanos desataron los días 26 y 27 de enero de 1827 una rebelión en Lima, que provocó la caída del régimen bolivariano o vitalicio.​ Tras el gobierno de una Junta presidida por Santa Cruz, asumió a la presidencia del Perú el mariscal José de la Mar. Al año siguiente, se produjo la invasión peruana de Bolivia, que puso igualmente fin al régimen bolivariano en Bolivia, cuya cabeza era el mariscal Sucre.​

El año 1827 marcó pues el inicio de la República Peruana libre de toda dominación foránea, pero significó también el inicio de las pugnas caudillistas. El Perú entró en una etapa marcada por gobiernos militares, dirigidos por los caudillos de la independencia.

El primer conflicto internacional que debió enfrentar la joven república fue la guerra con la Gran Colombia (1828-1829). El presidente de este país, Bolívar, ofuscado por el fin de su influencia en el Perú y Bolivia, desató su ira sobre el gobierno peruano, acompañándolo de reclamos territoriales (exigía la entrega de las provincias peruanas de Tumbes, Jaén y Maynas). La campaña marítima fue favorable al Perú, cuya marina capturó el puerto de Guayaquil, pero no lo fue la campaña terrestre, en la que una avanzada del ejército peruano sufrió un revés en la batalla del Portete de Tarqui, aunque no fue una derrota definitiva. La batalla final nunca se dio, pues ambas partes acordaron celebrar la paz, finalizando así la guerra, sin que hubiera un vencedor. En el tratado de paz y amistad, firmado el 22 de septiembre de 1829, se mantuvo la situación territorial previa al conflicto. Poco después falleció Bolívar y la Gran Colombia se fraccionó en tres repúblicas: Venezuela, Nueva Granada (Colombia) y Ecuador.

Luis José de Orbegoso, presidente provisorio del Perú (1833-1836).

Durante los gobiernos de José de La Mar (1827-1829), Agustín Gamarra (1829-1833) y Luis José de Orbegoso (1833-1836) el debate político se centró entre liberales (que, como La Mar y Orbegoso favorecían una presidencia controlada por el congreso) y conservadores (que, como Gamarra, eran amigos del autoritarismo). Durante esta época se aprobaron sucesivamente dos Constituciones, de carácter liberal: la Constitución de 1828​ y la Constitución de 1834.​

De otro lado se puso también en discusión el problema surgido en torno a la creación de la república de Bolivia. Muchos eran de la opinión de que había sido un error de Bolívar separar el Alto y el Bajo Perú, tan unidas por lazos históricos, geográficos y étnicos, y reclamaban su reunión. Mientras unos, como Gamarra, querían simplemente anexar Bolivia al Perú, formando nuevamente un solo bloque, otros creían en que era necesario federar ambas naciones. De esta última opinión era el general Andrés de Santa Cruz quien en 1829 llegó a la presidencia en Bolivia, donde impulsó una serie de medidas reformistas, pacificó el país, reorganizó el ejército, reestructuró las maltrechas finanzas e hizo mejoras en el campo económico y educativo. De modo que Bolivia se hizo fuerte y Santa Cruz vio la ocasión de impulsar desde su país la federación con el Perú.​

Mientras tanto, el Perú se debatía en medio de una guerra civil, entre gamarristas o bermudistas (conservadores) y orbegosistas (liberales). Esta se inició cuando el general Pedro Bermúdez, partidario de Gamarra, se alzó en armas a principios de 1834 y se autoproclamó Jefe Supremo. Si bien el presidente Orbegoso logró debelar esta insurrección en abril de 1834, no se sintió cómodo en Lima e instaló su gobierno en Arequipa. En febrero de 1835 se produjo la sublevación del joven general Felipe Santiago Salaverry, que se autoproclamó Jefe Supremo de la República. Orbegoso no dudó entonces en recurrir al auxilio extranjero para someter a los rebeldes.​

La Confederación Perú-Boliviana (1836-1839)

Andrés de Santa Cruz, presidente de la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839).

En 1835, el presidente boliviano Santa Cruz, contando con la aprobación del presidente peruano Orbegoso, invadió el Perú con un ejército de 5000 bolivianos. Se desató entonces una sangrienta guerra. La resistencia peruana la encabezaron Gamarra y Salaverry. Gamarra fue derrotado por Santa Cruz en la batalla de Yanacocha. Por su parte, Salaverry, tras ganar la batalla de Uchumayo, acabó por ser derrotado en la batalla de Socabaya y fusilado en Arequipa (18 de febrero de 1836).​

La Confederación Perú-Boliviana fue creada por Santa Cruz el 15 de junio de 1837. Lo conformaban el Estado Nor-Peruano, el Estado Sud-Peruano y Bolivia. Santa Cruz realizó en el Perú una gran labor administrativa y dio la tranquilidad necesaria para su bienestar y progreso.

 Pero la Confederación tendría una vida efímera. En Chile, el todopoderoso ministro Diego Portales alertó a sus conciudadanos del peligro que significaba la consolidación de la Confederación para los planes expansionistas chilenos. Una alianza entre Chile y los emigrados peruanos enemigos de Santa Cruz posibilitó la conformación del llamado Ejército Unido Restaurador con el propósito de invadir el Perú y «restaurar» su situación política tal como era antes de 1835. La guerra de los restauradores contra los confederados tuvo dos fases. En la primera, el ejército restaurador fue cercado por Santa Cruz cerca de Arequipa, siendo obligado a rendirse y a firmar el Tratado de Paucarpata. En la segunda, los restauradores tuvieron éxito, derrotando definitivamente a los confederados en la batalla de Yungay (20 de enero de 1839). La Confederación fue disuelta y los dos «Perúes» se desligaron de Bolivia, formando una sola república que permanece hasta la actualidad.​

La Restauración y la Anarquía Militar (1839-1845)

Manuel Ignacio de Vivanco, gobernante de facto del Perú (1841 y 1843-1844).

Al quedar disuelta la Confederación, Agustín Gamarra –quien participó del Ejército Restaurador– fue impuesto como presidente por el Congreso, iniciando la llamada Restauración. Gamarra instauró un gobierno conservador, convocó a un Congreso General Constituyente, que se reunió en Huancayo y dio la Constitución de 1839. Sin embargo, su obsesión de someter a Bolivia al dominio peruano, lo empujó a invadir dicho país, desatándose así una nueva guerra entre ambos países. Los bolivianos, dejando de lado sus banderías políticas, se unieron y derrotaron a Gamarra en la batalla de Ingavi (18 de noviembre de 1841). El mismo Gamarra resultó muerto en el campo de batalla. Las tropas bolivianas invadieron el sur peruano pero fueron contenidas por el pueblo peruano organizado en guerrillas.​

En el Perú asumió el poder el Presidente del Consejo de Estado (vicepresidente) Manuel Menéndez (1841-1842), quien celebró la paz con Bolivia (7 de junio de 1842). Pero se desató la anarquía en la república, sucediéndose en el poder, tras sendos golpes de Estado, los generales Juan Crisóstomo Torrico, Francisco de Vidal y Manuel Ignacio de Vivanco. Este último se proclamó como Supremo Director de la República y su gobierno se denominó el Directorio (1843-1844). Vivanco representaba al sector más rígido del conservadurismo peruano, pero su inicial popularidad empezó a declinar. ​

Los generales Domingo Nieto y Ramón Castilla se alzaron en Tacna, invocando la restauración de la constitucionalidad. Esta revolución constitucional triunfó finalmente en la batalla de Carmen Alto (22 de julio de 1844) y restituyó al Presidente del Consejo de Estado Manuel Menéndez (1844-1845), que convocó a las elecciones presidenciales.​

El Boom guanero y la prosperidad falaz (1845-1866)

Ramón Castilla, presidente del Perú (1845-1851, 1855-1862 y 1863).

En las elecciones de 1845 triunfó Ramón Castilla, iniciando lo que sería su primer gobierno, que se prolongó hasta 1851, siendo el primer gobierno republicano que pudo culminar su periodo constitucional. Fue entonces cuando la República Peruana encontró una relativa paz interior y pudo organizar su vida política y económica. Castilla estableció políticas de promoción de extracción y exportación de fertilizantes naturales (guano de islas) que iniciaron una era de prosperidad en el país. La venta del guano se realizó bajo el sistema de las consignaciones. El historiador Basadre denominó a esta etapa como el de la «Prosperidad Falaz», pues la bonanza sería efímera.

A Castilla le sucedió el general José Rufino Echenique (1851-1855), quien continuó las obras de su antecesor. Sin embargo, se vio envuelto en un escándalo de corrupción relacionado con la llamada Consolidación de la Deuda Interna, por el cual el Estado pagó la deuda que tenía con particulares desde los días de la independencia, pero desgraciadamente muchos se hicieron pasar por acreedores sin serlo. Estalló entonces la revolución de 1854 encabezada por Castilla y apoyada por los liberales, quienes auspiciaron, en pleno conflicto, dos medidas importantísimas: la abolición de la esclavitud y del tributo indígena. Echenique fue derrotado en la batalla de La Palma, el 5 de enero de 1855, viéndose obligado a renunciar a la presidencia y a abandonar el país.

Caricatura del presidente Ramón Castilla en donde se representa trayendo el progreso a la República Peruana mediante ferrocarriles.

El segundo gobierno de Ramón Castilla (1855-1862) continuó la labor progresista iniciada en 1845. Los primeros ferrocarriles y el alumbrado a gas llegaron al Perú en este período. Además, se reorganizaron los servicios postales y la carrera pública. En el aspecto internacional, la cancillería peruana tuvo una gran actividad a favor de la unidad americana (americanismo), al oponerse enérgicamente a las intromisiones de las potencias europeas en América (Santo Domingo, México). De otro lado, el Perú libró un conflicto victorioso contra el Ecuador, en la Guerra peruano-ecuatoriana (1858-1860).

En el aspecto interno, la promulgación de la Constitución liberal de 1856 provocó el alzamiento de los conservadores en Arequipa, liderados por Manuel Ignacio de Vivanco. Ello desencadenó a la vez la guerra civil de 1856-1858, la más larga y sangrienta que se había dado hasta entonces en el Perú. Esta culminó con el triunfo de Castilla concretado con la toma de Arequipa (7 de marzo de 1858). Para 1859 habían muerto unos 41.000 peruanos en las constantes guerras civiles que sacudieron dicho país desde 1829.

Castilla, pulsando el sentir ciudadano (que tradicionalmente era contrario al liberalismo anticlerical), se desligó de los políticos liberales que le habían apoyado e instauró un gobierno conservador. En 1860 convocó a un Congreso Ordinario, que se arrogó la facultad de Constituyente y dio una nueva Constitución, la Constitución moderada de 1860; esta ha sido la carta magna de más duración en la historia republicana peruana, pues estaría vigente hasta 1920.

Castilla fue sucedido en 1862 por el general puneño Miguel de San Román, quien solo gobernó unos meses, pues falleció víctima de una enfermedad. Le sucedió el primer vicepresidente, Juan Antonio Pezet (1863-1865).

Guerra contra España y gobierno de Balta (1866-1872)

El Combate del 2 de Mayo del Callao.

En 1864 la Escuadra Española del Pacífico ocupó las Islas Chincha (productoras de guano), desatando un incidente internacional de grandes consecuencias en la política interna peruana. El presidente Pezet quiso arreglar diplomáticamente este conflicto, lo que la ciudadanía interpretó como una muestra de debilidad. Estalló entonces la revolución nacionalista del coronel Mariano Ignacio Prado, que provocó el golpe de estado contra el presidente Pezet. Prado instauró la dictadura y declaró la guerra a España, aliándose con Chile, que ya se encontraba en guerra contra ese mismo país. Tras el combate del Callao (2 de mayo de 1866), la armada española se retiró de las costas peruanas, suceso que en el Perú se celebró como un triunfo que sellaba la independencia obtenida en 1824. Los gastos ocasionados por la guerra afectaron severamente a la economía del Perú. El llamado «boom guanero» empezaba ya a declinar.

Prado intentó legalizar su mandato, convocando a un Congreso Constituyente, que le nombró Presidente Constitucional y dio la Constitución liberal de 1867. Esto originó en una revolución acaudillada por el general Pedro Diez Canseco en Arequipa y por el coronel José Balta en Chiclayo, que derrocó a Prado y restituyó la Constitución de 1860, a principios de 1868. Se instaló el gobierno provisorio de Diez Canseco, que convocó a elecciones, en las que ganó el coronel Balta.

José Balta, presidente del Perú (1868-1872).

El gobierno de José Balta y Montero (1868-1872) celebró el llamado Contrato Dreyfus, que significó un nuevo enfoque en la venta del guano de islas, dejando de lado el devaluado sistema de las consignaciones. Con la garantía del guano, el Perú obtuvo grandes empréstitos, con los que pudo realizar importantes obras de infraestructura, especialmente reflejadas en la construcción de ferrocarriles de penetración de la costa a la sierra, siendo el más importante el Ferrocarril Central. Estos empréstitos, si bien inyectaron al país de grandes capitales, a la larga resultaron nefastos al estar a cuenta de ingresos futuros, que no se pudieron cubrir. En las postrimerías de este gobierno, la elección, por primera vez, de un presidente civil, Manuel Pardo y Lavalle, llevó a una insurrección militar de los hermanos Gutiérrez, que terminó en el asesinato de Balta y la furibunda reacción de la población de Lima (que ejecutó a los usurpadores), en julio de 1872. Así terminó lo que Basadre ha llamado el Primer Militarismo.

El Primer Civilismo (1872-1879)

Manuel Pardo y Lavalle, líder del Partido Civil, se convirtió en el primer presidente civil del Perú tras las elecciones de 1872. Su gobierno (1872-1876) implementó importantes reformas de tipo liberal en la organización del Estado. Ante la grave crisis económica y hacendaria, y frente a la imposibilidad de cumplir todos sus compromisos, Pardo disminuyó el presupuesto en defensa y estatizó el salitre peruano, provocando la reacción hostil de empresas inglesas y chilenas las cuales explotaban y comercializaban el salitre tarapaqueño.

Manuel Pardo y Lavalle, primer presidente civil del Perú (1872-1876).

La política exterior peruana optó por firmar el Tratado de Alianza Defensiva de 1873 con Bolivia con el propósito de garantizar la integridad territorial de ambos países frente a cualquier agresión externa. Se planteó la posibilidad de un acercamiento de Argentina a la Alianza, pero la estrategia diplomática chilena consiguió la neutralidad argentina

Durante el primer civilismo se realizaron algunas reformas. Se estableció la educación primaria gratuita y obligatoria, se promulgó el reglamento de instrucción pública, se fundó la escuela de ingenieros, se fundó la sociedad de bellas Artes, se estableció la educación secundaria femenina y se construyó la escuela normal de mujeres, se construyó el Hospital Nacional Dos de Mayo y se ampliaron varias rutas ferroviarias, siendo las principales: Ilo-Moquegua, Paita-Piura, Arequipa-Puno, San Bartolomé-Chiclayo, Trujillo-Pacasmayo.

El censo de 1876 dio a conocer que había una población de 2 673 075 peruanos.

La principal fuente de recursos del Estado, el guano, sobreexplotado, se empezó a agotar y resultó inevitable una crisis económica que el sucesor de Pardo, el general Mariano Ignacio Prado (1876-1879) el cual llegó al poder con el apoyo de los civilistas y tuvo que afrontar una virtual bancarrota del Estado. Como secuela inevitable de esta situación, el Perú quedó desarmado, al descuidarse el equipamiento del Ejército y la Marina, situación que aprovecharía Chile para llevar adelante su política expansionista, lo que desataría una sangrienta guerra entre Perú, Bolivia y Chile.

La Guerra del Pacífico (1879-1883)

Combate de Angamos. Óleo de Thomas Somerscales.

El incidente que desató la llamada Guerra del Pacífico (mejor llamada Guerra del Guano y del Salitre) fue un diferendo entre Chile y Bolivia por un problema de impuestos. El Perú se vio obligado a ayudar a Bolivia, pues había firmado con esta nación el Tratado de Alianza Defensiva de 1873. El 5 de abril de 1879, Chile declaró la guerra al Perú. Poco antes, Bolivia había declarado la guerra a Chile. Si bien la causa inmediata para que el Perú se viera arrastrado en este conflicto fue el Tratado con Bolivia de 1873, la historiografía peruana es unánime al sostener que la causa profunda de esta guerra fue la ambición de Chile de apoderarse de los territorios salitreros y guaneros del sur del Perú.​ En una primera etapa de la guerra, la campaña naval, la marina peruana repelió el ataque chileno hasta el 8 de octubre de 1879, día en el que se libró el combate naval de Angamos, en donde la armada chilena acorraló al monitor Huáscar, el principal buque de la marina peruana comandado por el almirante Miguel Grau Seminario, quien murió en la refriega y se convirtió desde entonces en el mayor héroe del Perú.

La Batalla de Arica. Óleo del pintor peruano Juan Lepiani.

Luego de vencer a la escuadra peruana, Chile dio inicio a la campaña terrestre de la guerra. Esta se prolongaría por casi cuatro años. Comenzó con el desembarco de Pisagua. Luego se libró la campaña de Tarapacá, marcada por la derrota peruana en San Francisco. Tras una estéril victoria en Tarapacá, los restos del ejército peruano retrocedieron hacia Arica, dejando en poder de Chile toda la provincia de Tarapacá. La siguiente campaña, la de Tacna y Arica, significó otra derrota para los peruanos y sus aliados bolivianos, concretada en la batalla del Alto de la Alianza. Luego se produjo la heroica resistencia peruana en la plaza de Arica, donde el coronel Francisco Bolognesi, al mando de un reducido ejército, sucumbió ante el ataque abrumador del enemigo, cumpliendo su promesa de «pelear hasta quemar el último cartucho» (7 de junio de 1880).

La defensa de los peruanos en uno de los reductos de Miraflores. Óleo del pintor peruano Juan Lepiani.

Fracasadas unas conferencias de paz, Chile abrió la campaña de Lima. El nuevo gobierno peruano, encabezado por el dictador Nicolás de Piérola (que había asumido el poder tras el viaje de Prado hacia el extranjero), organizó la defensa de la capital, construyendo reductos en el sur de Lima. Los defensores peruanos, mayormente milicianos, se batieron tenazmente en San Juan y Miraflores, el 13 y el 15 de enero de 1881, respectivamente. Victoriosos los chilenos, ocuparon Lima. En La Magdalena se instaló el gobierno provisorio de Francisco García Calderón, quien por su negativa a pactar una paz con cesión territorial, fue apresado y confinado en Chile. A García Calderón le sucedió el contralmirante Lizardo Montero Flores, que instaló su gobierno en Arequipa.

Retrato del general Andrés Avelino Cáceres, dos veces presidente del Perú (1886-1890 y 1894-1895).

Pese a los descalabros de los ejércitos peruanos, la guerra continuó gracias a la resistencia que en la sierra peruana comandó el general Andrés Avelino Cáceres, quien obtuvo los triunfos de Pucará, Marcavalle y Concepción (departamento de Junín, en la sierra central), entre el 9 y el 10 de julio de 1882. Sin embargo, el general Miguel Iglesias, impactado por las severas represiones que los chilenos ejercían sobre las poblaciones civiles, dio el Grito de Montán (31 de agosto de 1882), reclamando la firma de una paz definitiva con Chile, para iniciar de una vez la tarea de la Reconstrucción del país. Cáceres se opuso a este planteamiento y trasladó sus fuerzas hacia el norte, pero tras su derrota en la batalla de Huamachuco (10 de julio de 1883), Iglesias, ya en el poder, tuvo el camino libre para firmar con Chile el Tratado de Ancón que puso fin a la guerra (20 de octubre de 1883). Mediante este Tratado, el Perú entregaba a Chile a perpetuidad la provincia de Tarapacá, mientras que las provincias de Tacna y Arica quedaban sujetas a la administración chilena por diez años, al cabo de los cuales se debía realizar un plebiscito para decidir el destino final de ambos territorios.

La guerra con Chile fue la mayor catástrofe bélica que sufrió el Perú en su historia republicana. Significó la pérdida de más de 10,000 vidas humanas así como la total destrucción de las fuerzas productivas del país, sumado al sentimiento de humillación que marcaría durante mucho tiempo al espíritu de la nación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario